Hoy falleció mi ratoncito.
Verlo así, quietito, con los ojos entrecerrados, se superpuso con las imágenes de cuando aún respiraba vida, moviendo la naricita para buscar sus semillitas o sencillamente para saber quién andaba alrededor de la pecera...La última vez que lo miré salió de la casita, olió su comida pero volvió a esconderse. La última señal de que estaba por partir.
Aunque ya lo predecía por eso y por saber que la longevidad llegaba a su fin, al final se me llenaron los ojos de lágrimas.
Con mis hermanos lo enterramos atrás de un árbol del jardín, en una cajita de té con viruta y semillitas, para el viaje.
Siempre me pareció casi incomprensible el hecho de cómo un ser que late, se mueve, sufre, aprende, que está moviéndose constantemente; puede de un momento a otro, apagarse. Cómo es que se rinde ante el tiempo. Cómo en un instante existe, y en el siguiente ya no. Y sobre todo lo difícil que es aceptar que es un cambio irreparable, definitivo. El último instante, el último respiro y después, quietud, silencio.
La vida es abrumadora incluso en la muerte. El Universo lleva misterio incluso en sus instantes más fríos, efímeros.
¿Cuánto pesa la vida de un ratón para el Universo? ¿Cuánto pesa para este mundo? Pero sin embargo hay procesos que acompañan cada momento de su existencia y luego de su no existencia.
El movimiento de su nariz se transforma en movimiento en la tierra. Se deshace un ser y se transforma en otro...
Yace en tierra, cálido, en polvo de estrellas. En una cajita de té, en un jardín, en una casa, en un cielo, en el vacío. Y esa quietud allí. La misma que llenó mis ojos de lágrimas. La misma quietud incomprensible, definitiva.
Que en paz descanse entonces, mi ratoncito, en ella.
Verlo así, quietito, con los ojos entrecerrados, se superpuso con las imágenes de cuando aún respiraba vida, moviendo la naricita para buscar sus semillitas o sencillamente para saber quién andaba alrededor de la pecera...La última vez que lo miré salió de la casita, olió su comida pero volvió a esconderse. La última señal de que estaba por partir.
Aunque ya lo predecía por eso y por saber que la longevidad llegaba a su fin, al final se me llenaron los ojos de lágrimas.
Con mis hermanos lo enterramos atrás de un árbol del jardín, en una cajita de té con viruta y semillitas, para el viaje.
Siempre me pareció casi incomprensible el hecho de cómo un ser que late, se mueve, sufre, aprende, que está moviéndose constantemente; puede de un momento a otro, apagarse. Cómo es que se rinde ante el tiempo. Cómo en un instante existe, y en el siguiente ya no. Y sobre todo lo difícil que es aceptar que es un cambio irreparable, definitivo. El último instante, el último respiro y después, quietud, silencio.
La vida es abrumadora incluso en la muerte. El Universo lleva misterio incluso en sus instantes más fríos, efímeros.
¿Cuánto pesa la vida de un ratón para el Universo? ¿Cuánto pesa para este mundo? Pero sin embargo hay procesos que acompañan cada momento de su existencia y luego de su no existencia.
El movimiento de su nariz se transforma en movimiento en la tierra. Se deshace un ser y se transforma en otro...
Yace en tierra, cálido, en polvo de estrellas. En una cajita de té, en un jardín, en una casa, en un cielo, en el vacío. Y esa quietud allí. La misma que llenó mis ojos de lágrimas. La misma quietud incomprensible, definitiva.
Que en paz descanse entonces, mi ratoncito, en ella.
~.M.
Sic transi glori mundi
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Sic transi glori mundi
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